Ya no es novedad el hecho de que la tecnología ha evolucionado de manera vertiginosa en las últimas décadas y ésta ha modificado la manera de comunicarnos. Si nos remontamos a principio de los años 90, ni siquiera sospechábamos lo que sería la vida sin un celular, ya que estos recién estaban apareciendo con un acceso muy reducido. Si a esto le agregamos el acceso a computadores, a redes sociales como Facebook, Instagram, Zoom, Streamyard y otras plataformas, sin duda, la vida del hombre ha cambiado para siempre.

Todos estos avances suponen una mejor comunicación entre los seres humanos, porque hay que ser justos, hoy tenemos la posibilidad de comunicarnos con cualquier persona, en cualquier parte del mundo.  Pero, lamentablemente, no ha sido así. Es una triste realidad, por cierto, que las personas, hoy en día, se comunican menos entre sí. La conversación amistosa, el simple hecho de sentarnos a tomar un café, y hablar de la vida, se interrumpe bruscamente, por estar pendientes de todas las alternativas que tenemos de salir al mundo, mediante la tecnología.  Hemos perdido la capacidad de comunicarnos entre nosotros de forma directa.  En este contexto, son los jóvenes los que llevan la batuta en esto, ya que nacieron siendo “nativos digitales”, concepto totalmente desconocido para las generaciones anteriores.

Si le preguntamos a un joven de 20 años o menos, ¿te imaginas la vida sin un celular?, la respuesta es clara, un rotundo “No”, a diferencia de muchos de nosotros que vivimos así, durante siglos, décadas y años. En cierta manera, la vida era más simple, las relaciones eran más cercanas, se cultivaban las amistades de otra manera.

Ahora, si hubiera que responsabilizar a alguien por esta realidad, ciertamente la culpa no es de estos adelantos tecnológicos, que están, supuestamente, al servicio del hombre, sino de nosotros, que les damos mal uso o excesivo.

La reflexión es simple. La tecnología debe estar al servicio de la humanidad, y no al revés.

Los padres, tienen la primera responsabilidad de dar testimonio de esto a sus hijos, a las nuevas generaciones, enseñándoles a disfrutar de las cosas simples de la vida, que ellos entiendan que el computador, el celular, las múltiples formas de comunicarse que tenemos hoy, no es más importante que la relación humana, el afecto, la comprensión, la tolerancia, el amor sincero, son actitudes mucho más importantes, que pasar horas detrás de una pantalla, comunicándose con millones de personas ajenas a nosotros.

Esto se cultiva en lo más profundo del corazón y la mente del ser humano.

Todavía estamos a tiempo.